Una pieza del siglo XV donada por el Vaticano se resguarda en la capilla La Exaltación de la Cruz del Parque Temático de Santa Ana para goce de todos los misioneros.

El arte nos da un espacio de meditación, de escape místico, de conexión extraña con otra dimensión, otro tiempo, otra alma.

Y si bien Misiones tiene un entorno natural que invita a la contemplación constante, con el avance de las ciudades también se fue pergeñando el armado de lugares específicos donde se puede relajar la mente y resaltar la magnificencia de la naturaleza, entre otras cosas.

Con las Cataratas como cima del pedestal, lo humano fue transformando ese paisaje para acercarlo. Así, el Parque Temático de la Cruz de Santa Ana, ambiciones político-comerciales de lado, se avizoró como un espacio que invite a la espiritualidad, por encima de las creencias religiosas particulares y con un fuerte componente de creatividad.

Aunque la imponente estructura que nos da esa magnífica visión panorámica de verde y río es una cruz, símbolo ineludible del cristianismo, las reflexiones personales pueden trascender la hermenéutica católica.

De la misma manera, la trasciende no solamente la pequeña capilla del camino sino también la joya bizantina que allí adentro se refugia. Múltiples diálogos se entrelazan con lo humano, en este caso dirigiendo el discurso a lo divino.

Enmarcada por una destacada arquitectura ideada para mirar hacia la cruz, con materiales nobles y líneas simples, la capilla alberga un retazo de historia invaluable.

El ícono bizantino de la Virgen y el Niño o theotokos ‘la que dio a luz a Dios’, está detrás de un cristal, como para comunicar que alguna grandeza guarda. La reliquia data del siglo XV, es de origen libanés y fue donada por el Vaticano a la provincia de Misiones en gesto de aveniencia por la construcción del Parque Temático. Llegó en 2009, como parte de la gestión del Cardenal Leonardo Sandri que conectó al entonces Papa Benedicto XVI con autoridades misioneras.

Tal como figura en el archivo de el 19 de mayo de 2009, un breve pasaje muestra una de las primeras imágenes de la obra y cuenta que el gobierno -en el marco de la planificación de una Universidad Católica de Misiones-, da en custodia el cuadro a la Diócesis de Posadas. Entendemos así permaneció hasta la construcción de la capilla que hoy lo contiene.

Tecnicismos, apropiaciones y lobby de lado, el lugar adecuado para la obra, es expuesta el público sí, pero en un lugar que le de seguridad, cuidado y permanencia.

En este caso, hablamos de una joya casi desconocida, porque no todo el visitante del parque le dedica un tiempo a la capilla de la Exaltación de la Cruz, incluso su ubicación en un claro apartado, fue pensada estratégicamente como para enfatizar un estado reflexivo y alejado del ajetreo. Pero aun ingresando al pequeño templo y observando el ícono, no hay cerca de él mayores referencias que destaquen su relevancia histórica, artística, patrimonial.

En ese sentido, Graciela Gayetzky de Kuna, arquitecta y doctora en Artes visuales, recordó el momento en el que se enteró de la llegada del ícono, también la foto que marcaba quedaría a cuidado de la diócesis local, pero detalló que después perdió su rastro.

‘‘Me encanta que podamos poner luz sobre esto porque es muy importante para la comunidad, no solo religiosa’’, manifestó la profesora universitaria al remarcar que la comunidad también debe mantener la conciencia sobre la importancia de la pieza.

Empero el detallismo de su cruzada personal, lo concreto es que la perla bizantina se presenta hoy a la vista de todo el público misionero, para ser admirada en todo momento.

‘’Lo que es interesante de cualquier obra de arte y en particular de esta que tiene que ver con la fe, es la comunicación que se establece entre la obra y el espectador. Va más allá de lo religioso, invita a lo espiritual’’, reflexionó Graciela y acentuó el efecto que genera ‘la proximidad a una obra original’.

‘‘Yo siempre diferencio, no es lo mismo ver en la pared o en el libro’’, profundizó sobre la experiencia de contemplar arte, a pesar de que hoy también las posibilidades se potencian con la tecnología digital que nos permite analizar más detalles.

Al entender que son pocas las ocasiones en las que una persona tiene esta posibilidad de admirar una obra de este calibre, o tenerla cerca, alegó que ‘‘es una sensación única la que permite la mirada directa de la obra. Ves hasta las imperfecciones, donde se engrosó más la pintura y un montón de cuestiones que transmite la obra más allá de la forma o el color’’. ‘‘Hay una conexión directa entre emisor y receptor donde la obra es el mensaje’’, remató.

Arte, ícono sagrado
La cultura bizantina hizo de los íconos su eje y trascendió su simbolismo.
Como especialista en el tema, Graciela puntualizó la definición de ícono, proveniente del griego eikon, imagen. Se refiere a una imagen que representa algo.

Pero en el caso de los íconos bizantinos, la traducción es mucho más compleja. Un íconoes mucho más que una imagen, revestía de un simbolismo y misticismo tan profundos, hoy quizás incomprensibles.

Por eso, la definición más amplia de arte bizantino comprende la idea de que lo que prevalece es la idea teológica.

Es decir, más allá del origen de la obra -no se restringe únicamente a un espacio geográfico definido, como Bizancio, en su génesis, importa lo sacro. La experiencia religiosa por sobre lo artístico.

La obra es mucho más que una pintura, casi como la divinidad, en parte, materializada y el pintor es mucho más que un pintor, es quien tiene una conexión directa con el Dios, como si fuera un canal que transmite lo sagrado.

Es de este modo que, en su mayoría, quienes creaban las obras no eran artistas deseosos de dejar su marca e n el mundo, sino monjes o personas avocadas a la devoción cristiana. Inclusive hoy, el trabajo de los íconos, según detalló Gayetzky de Kuna es el que sigue manteniendo en pie a muchos monasterios.

A pesar de las reiteradas guerras que llevaron adelante los iconoclastas (anti-icónicos) en distintos puntos de la historia, la imagen sin dudas prevaleció.

En ese marco, comprendiendo que había que marcar las diferencias entre lo terrenal y celestial, se fueron sumando algunos cánones de representación en la creación de estas piezas, que se repiten a través de los siglos.

La utilización de colores no es al azar, ni tampoco donde se posicionan las manos de Cristo por ejemplo, o que hay en ellas. Además, la representación de la Virgen es casi siempre con El Niño. Un marco metálico, de oro o platA e incrustaciones de piedras preciosas (que aún sin pulir eran consideradas preciosas), son otra de las características que reúnen los íconos bizantinos, muy difundidos también en la Iglesia Ortodoxa.

Divino arte
Al parecer, ni bien la humanidad deja de representarse a sí misma y lo que la rodea en ese primigenio inicio del arte prehistórico en las cavernas, comienza a dedicarse a a intentar representar a Dios, con un posgrado y varias maestrías que se cuelgan de los museos más importantes del mundo y de los techos del Vaticano, por ejemplo.

Superando la discusión sobre si es válido representar a imagen y semejanza, cual mortales con aureola, a esas divinidades sagradas, la tradición religiosa, especialmente la occidental que se vive de cerca en este rincón del planeta, se ha valido del arte como uno de los mayores divulgadores espirituales y de los íconos como mayores propagadores de cultura y aprendizaje.

Tal como difunden las cátedras artísticas, los procesos creativos antiguos, potenciados en etapas de auge como la Edad Media o el Renacimiento dejaron exquisitas piezas que hoy continúan atrayendo a curiosos en distintos puntos del globo. Configurando para siempre una tríada entre religiosidad, arte y turismo.

Ya sea que decidamos, por hábito arraigado de nuestro credo, rezar tres avemarías al entrar a una iglesia nueva o que busquemos cuestionar, indagar las fallas de la filosofía o la ética religiosa en particular, el arte permanece impoluto, más allá de todo.

Nos deslumbra y conecta espiritualmente por sobre toda creencia religiosa, nos abre el alma y nos invita a descubrir más.