De no mediar soluciones, los oftalmólogos desaparecerían de las cartillas de obras sociales y prepagas y para atenderse con ellos quedarían dos opciones: o los hospitales (que se verían obviamente más desbordados de lo que ya están) o el bolsillo.
Pablo Daponte, presidente del Consejo Argentino de Oftalmología (CAO), que reúne a los oftalmólogos de todo el país a través de las sociedades científicas de las provincias y las cátedras universitarias donde se enseña la especialidad, dice, preocupado: “Las prepagas y las obras sociales no transfieren los aumentos que actualiza la Superintendencia de Servicios de Salud (SSS) y hay más de un 150% de desfasaje. El sistema de seguro médico administra el dinero, pero el financiador es el médico: pagan tarde y poco, a veces a los 60 días con un cheque a 3 meses. Ellos ganan moviendo el dinero y a nosotros nos pagan mal y con atraso”
Daponte asegura que el problema no es únicamente con las empresas de medicina prepaga. “Con las obras sociales a veces es peor -añade-. Trabajé 20 años para la Casa de Santa Cruz y durante 3 años lo hice a pérdida. Pagué lentes intraoculares importados, anestesistas, cardiólogos, derechos de cirugía, impuestos y mi propio trabajo como cirujano y el Estado provincial me estafó. Y eso que soy el presidente de los oftalmólogos, imaginemos un muchacho que recién empieza.”
Gustavo Bodino, médico oftalmólogo a cargo del grupo de trabajo cirugía del segmento anterior (de cataratas) del Hospital Oftalmológico Santa Lucía, dice que el atraso histórico es en todo el sistema de salud. “Nunca pudimos sentarnos a una mesa con quiénes deciden qué nos van a pagar, por qué y durante cuánto tiempo -afirma-. Cuando se reclama, obras sociales y prepagas siempre dicen que están en bancarrota. La oftalmología tiene altos costos tecnológicos y el 40% es en dólares. Se reemplaza tecnología que permite mayor precisión, tratamientos más oportunos, detecciones más precoces. Un equipo de Tomografía de Coherencia Óptica que compramos en 2005 costó 60.000 dólares; lo reemplazamos en 2012, costó 90.000 dólares. El equipo me lo venden y me lo arreglan en dólares, pero lo cobro poco y desactualizado en pesos”.
El impacto de la pandemia
La pandemia de coronavirus, además, vino a empeorarlo todo. “Bajaron las consultas y esto lleva aparejado una grave profundización de los problemas oftalmológicos crónicos -advierte Bodino-. La gente no ha salido de su casa, pero puede tener un coletazo en su capacidad visual los próximos años. Además, tuvimos que espaciar las consultas distanciando los turnos, y acondicionar toda nuestra estructura con máscaras, barbijos, amonio cuaternario, alcohol, incremento de la limpieza. Nadie reconoció ni un peso”.
Bodino dice que en materia de honorarios ya estaban en un piso muy justo y que actualmente la situación es gravísima: “Además, lo que cobramos es dinero en blanco, sujeto a impuestos, ganancias, IVA, ingresos brutos y el 5% de los que trabajamos en provincia va para la caja de jubilaciones. Una consulta la pagan $400 o $500 menos impuestos y a los 60 o 90 días. Quedan, con suerte, $250. A un amigo cardiólogo todavía le quedan ganas de hacer chistes y dice que para poder ir a la peluquería tiene que hacer 4 electrocardiogramas. ¿Se puede seguir trabajando así?”
Ezequiel Fernández Sasso, médico oftalmólogo especialista en cirugía de cataratas y retina, afirma que las consultas bajaron un 80% el año pasado y un 70% éste aunque la pronta puesta en marcha de protocolos de atención redujeron drásticamente la posibilidad de contagios de Covid-19 en el consultorio oftalmológico.
“Como cancelaron vuelos o la llegada de barcos por la pandemia es mucho más difícil acceder a repuestos o equipos nuevos -afirma Fernández Sasso-. Tengo un equipo varado hace meses y todavía no me llega; mientras me prestan uno, alquilé otro. Vamos tirando. Siempre decimos que la nuestra es una especialidad que se enchufa a 220: necesitamos mucha aparatología para trabajar y eso redunda en la calidad de la atención que brindamos a los pacientes. Por eso nuestra situación es distinta de la de otras especialidades.”
“Las prepagas y obras sociales no hacen traslado de los aumentos que reciben -agrega-. Una prepaga te paga entre $250 y $700 la consulta; muchas juegan con el volumen y ahí pagan un poco mejor. Pero a mí el dinero me llega a los 90 o 120 días. ¿Qué hacen los sistemas de salud con esa plata? Los afiliados y los clientes pagan todos los meses. Montones de gente dejan de pagar el club, los impuestos, el colegio, pero no la prepaga. Es decir: ellos reciben la plata todos los meses, pero no pueden jugar con esa plata.”
Silencio atronador
El médico pediatra Natalio Cantor es vicepresidente de la Confederación Médica de la República Argentina (Comra) y dice que desde esa entidad no defienden a ningún subsector en particular y que reclaman una actualización de aranceles para todos. “Tanto en el nivel de las prepagas como de las obras sociales nacionales y provinciales -afirma-. El trabajo del médico ha sido depreciado: hace 5 o 6 años el valor promedio de una consulta era el equivalente a 11 dólares; hoy, apenas llega a los 5. En su momento fuimos visibilizados por nuestra tarea contra la pandemia, pero ha sido nada más que una cuestión declarativa”.
Cantor agrega que la Comra ha elaborado un nomenclador nacional dividido en distintos niveles que tiene en cuenta desde las prestaciones más básicas a la más alta complejidad. “Fuimos a la SSS y hablamos con cada ministro de Salud de turno, pero no hemos tenido respuestas -reflexiona-. No hay una respuesta concreta, nunca la hubo”.
Un reciente fallo reconoce a las prepagas la validez de 3 incrementos suspendidos por el Gobierno y se preparan para un aumento del 26% a partir de septiembre. ¿Podría mejorar la situación del sistema?
José Sánchez, presidente de la Federación Argentina de Prestadores de Salud (FAPS), puntualiza: “Los prestadores de salud vivimos una seria crisis de financiamiento del sistema que la pandemia profundizó. El gobierno nacional nos acompañó primero con el ATP y ahora con el Repro, pero los aranceles que pagan las obras sociales, el PAMI y las prepagas siguen desactualizados. Desde la FAPS le propusimos al Gobierno un sistema automático de aranceles en función de distintas variables, como por ejemplo los aumentos salariales, que debería ser aprobado por acuerdos con los 3 subsectores. De esta forma los prestadores de salud tendríamos un ingreso acorde con los movimientos de precios de toda la economía”.
Ese diario intentó consultar a la SSS sobre los reclamos de los oftalmólogos y conocer qué alternativas existen ante la difícil situación que atraviesa el sector. Pero no hubo respuesta de ese organismo oficial.
“Todavía estamos en el primer mundo de la oftalmología, con apellidos ilustres como Malbrán, Zaldívar, Nano -concluye Fernández Sasso-. Queremos que nos escuchen, queremos la salud visual de las personas. Los aparatos más modernos para operar ofrecen más seguridad y precisión, pero son más caros, y no buscamos bajar costos disminuyendo la calidad. Si no median soluciones, tememos que ocurra lo que ya sucede con la psiquiatría y odontología, especialidades que se han pasado, en buena parte, a la práctica privada”.