Entre las muchas cuestiones por resolver en la intrincada estructura económica argentina, existe una que lastima por su enormidad y corroe por su incidencia cotidiana: la distorsión de precios.
Van ahora dos ejemplos. Salvo acuerdos de precios específicos, el pan ya subió casi 30% en lo que va del año, superando incluso a la inflación del primer semestre. Generalmente los panaderos asumen subas periódicas relacionadas al trigo sin trasladarlas al precio final, pero en el caso de las grasas y levaduras, que en lo que va del año más que duplicaron su costo, llega un punto en que se hace antieconómico.
Otro ejemplo. Un vehículo que, de acuerdo a la guía oficial de precios más utilizada vale 1.150.000 pesos, paga seguros como si valiera 1.300.000 pesos. Tratándose de un arreglo y dependiendo el taller, la misma pieza, un compresor de aire acondicionado, por ejemplo, con idéntica mano de obra, llega a valer nada menos que el 10% del valor total del vehículo.
En algún punto esto que es insostenible terminará por romperse. Sería bueno que quienes deben intervenir para corregir semejantes distorsiones lo hagan para ordenar la estructura. Cualquier plan que se piense antes de estas correcciones no tendrá sentido en el corto plazo.